"- Sí, tengo un burro. Vive en un prado. Lo veo cuando voy al pequeño Lago Verde.
- No hay ningún prado.
- Es un prado secreto.
- ¿Y cómo es tu burro?
- Gris, con orejas largas. Se llama Kaniku - inventé.
- ¿Cómo sabes que se llama así?
- Yo le puse ese nombre.
- No tienes derecho a hacerlo. No es tuyo.
- Sí, es mío.
- ¿Cómo sabes que es tuyo y no de otro?
- Él me lo dijo.
Mi hermana se rió a carcajadas.
- ¡Mentirosa! Los burros no hablan.
¡Maldita sea! Me había olvidado de ese detalle. Sin embargo, me obstiné:
- Es un burro mágico que habla.
- No te creo.
- Peor para ti - concluí con altivez.
Me repetía para mis adentros: "la próxima vez debo acordarme de que los animales no hablan". Volví a la carga:
- Tengo una cucaracha.
Por razones que se me escapan, aquella mentira no surtió ningún efecto.
Intenté una verdad, para probar:
- Sé leer.
- Y qué más.
- Es cierto.
- Sí, seguro.
Bueno, la verdad tampoco funcionaba. Sin desesperarme, proseguí mi búsqueda de credibilidad.
- Tengo tres años.
- ¿Porqué te pasas la vida mintiendo?
- No miento, tengo tres años.
- ¡Dentro de diez días!
- Sí. Casi tengo tres años.
- Casi tres años no es lo mismo que tres años. ¿Ves como te pasas la vida mintiendo?
Tenía que acostumbrarme a aquella idea: no tenía credibilidad. No era grave. En el fondo, me daba lo mismo que me creyeran o no. Yo seguiría inventando para mi propia satisfacción.
Empecé, pues, a contarme historias. Yo, por lo menos, me creía lo que decía."
** Metafísica de los tubos, d'Amélie Nothomb.Quinteto, Anagrama.